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      Boca concretó su negocio ante la ineficacia de River

      River no supo ni pudo encontrar el camino del gol. Boca salió a pensar el partido y a manejar el resultado, y se olvidó de jugar. Oscar Córdoba le atajó un penal a Gallardo y fue la figura.

      Redacción Clarín

      Fue empate y festejó Boca. Quizás esté bien, con la chapa puesta. Pasó River en su cancha, la paternidad quedó a salvo y el invicto también, se evitó el golpe psicológico de una derrota dolorosa, y la ventaja sobre el segundo (Gimnasia) si bien se achicó quedó en 4 puntos, lo que significa que aun con una derrota próxima nadie podría discutirle la punta. Buena cosecha, entonces, aunque quede alguna reserva (porque uno está más cerca de cero que de tres). Fue empate y River lo sufrió, pese a que su gente ahogó penas con gritos. Porque no pudo frenar a su rival de siempre, no logró quebrar la racha adversa en su propia estadio y, consecuentemente, no salvó la campaña, una de las peores de su historia. Así es el fútbol. Un mismo resultado y sus lecturas diferentes.Pero no fue buena la imagen futbolera. Nada buena. Porque abundaron las precauciones y las infracciones por encima de las habilidades y la audacia. Porque se exageró el respeto. Y en esto la mayor responsabilidad fue de River. Porque se jugaba el partido y no tuvo ni vuelo ni actitud para torcer la inercia que proponía Boca, más allá del espejismo del arranque cuando Gallardo y Aimar se encontraron un par de veces y sus compañeros presionaban en campo adversario.Después se vio que la fórmula que pensó Ramón Díaz no funcionó: muchos volantes (varios con manejo) para lograr la posesión del balón y un solo delantero de punta (Pizzi). Esto no se discute ni por la idea ni por las condiciones de los jugadores, sino por lo que mostró la realidad del juego: los volantes jugaron como volantes, no sumaron apariciones sorpresivas. Faltó el relevo ofensivo para acompañar a Pizzi y escasearon las llegadas masivas. Entonces, River no mostró potencia en la llegada y fue bien controlado por una línea defensiva de Boca (los cuatro del fondo más Serna) que esperó en bloque, bien parada y sin rubores a la hora de rechazar.Sería injusto decir que Boca salió a jugar con una actitud especulativa en busca del empate. Pero sí se puede inferir que pensó el desarrollo, que sacrificó atrevimiento por conveniencia: aunque sólo Pizzi estuviera arriba, la línea de defensores apenas daba licencia para la subida alternada de un lateral. Y toda la misión creativa quedó en la inteligencia de Riquelme, quien más allá de algunos pantallazos (lo dejó solo a Palermo para el mano a mano con Burgos -el único del partido- que salvó el arquero), no tuvo la precisión acostumbrada. Como Cagna y Basualdo se movieron muy cerca de Serna, Guillermo y Palermo se aislaron. Y los intentos se hicieron previsibles: pelotazos largos para ellos. A Palermo por arriba, para pelear con los centrales, y al mellizo para que se las arreglara (poco pudo) con la marcación doblada de Martínez y un acompañante.Lo de River dependía de los enviones de Marcelo Gallardo, en la búsqueda de su mejor nivel, porque los otros (Solari y Aimar) se quedaron en insinuaciones. Un disparo sorpresivo de él chocó contra el palo izquierdo de Córdoba (después hubo un gol bien anulado a Pizzi por una jugada peligrosa previa de Solari). Y una frase para Córdoba: cortó con solvencia cada pelota cruzada sobre su arco, la misión más difícil del arquero. Una circunstancia los juntó a los dos sobre el final de la etapa: un enganche penal de Serna sobre Aimar en el borde del área. Lo tiró el Muñeco al palo izquierdo y Córdoba desvió al córner. Era un momento clave, de valor psicológico, que podía haber torcido el rumbo del partido. Quizás ahí Boca empezó a creer en su invulnerabilidad.Lo del segundo tiempo fue casi inimputable. Sólo algunos intentos individuales de Riquelme o de Gallardo le dieron un leve prestigio al juego. Lo demás fue confusión, fricción. Boca retrocedía y River no podía encontrar los caminos. Si hasta los cambios confirmaron las tibias intenciones. Traverso por el lesionado Serna, para cumplir el mismo rol. Netto por Escudero, igual. Y al final, Castillo por Aimar. Cambios para no cambiar.Y aunque, lentamente, Boca se inclinaba por el negocio del empate, fue quien tuvo las mejores ocasiones, de contra. Un cabezazo de Palermo que se fue muy cerca, un disparo de Riquelme que Bonano (reemplazante de Burgos) salvó por arriba y otro cabezazo, final, de Palermo que pegó en el vértice del arco. Así es el fútbol.River sufrió la igualdad y Boca la festejó. Está bien. Pero se equivocarían Carlos Bianchi y los jugadores si creyeran que de aquí en más podrían manejar los números para llegar al título. El único negocio es afirmar la solidez, mantener la concentración y sumar mayor cantidad de juego y audacias posibles. Porque el camino que queda aún es largo y espinoso.


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