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      Boca de galera y bastón

      Riquelme, en dos oportunidades, y Guillermo Barros Schelotto marcaron los goles. Boca fue ampliamente superior a Argentinos por calidad de juego colectivo y por el rendimiento de sus individualidades.

      Redacción Clarín
      22/03/1999 00:00

      Como si se tratara de esa imagen inmaculada que irradian los amores platónicos, el presente de Boca pasa, irremediablemente, por la multiplicación de sus virtudes. Porque al andar se hace camino, se sabe, y al caminar cada vez mejor se potencian los atributos. Entonces, sale todo redondo. Crece la autoestima, el paso firme se torna más firme todavía y la seguridad propia aumenta en la misma proporción en que disminuyen los anticuerpos ajenos. Esto es lo que está pasando con Boca. Argentinos, ayer, le opuso la resistencia que pudo. Y fue poca, por cierto. Boca tres, Argentinos cero. Más de lo mismo, al fin de cuentas.Efectividad, contundencia. Sobriedad para presionar sin desprolijidades. Momentos lujosos. Y las consecuencias: tres partidos jugados, tres ganados. Ocho goles a favor, ninguno en contra. Otros que se decían punteros se cayeron, y después de haber dado sólo tres pasos desde que se largó el Clausura sólo queda River -nada más y nada menos que River- aferrado a la cima, como para condimentar el torneo. ¿La yapa? El récord de 26 partidos sin derrotas en la historia del club, conquistado entre el 43 y el 44, y que había sido igualado una semana atrás, acaba de ser superado. Este Boca de Bianchi llegó a los 27, mientras suma y sigue. Gana y golea. Mientras produce más de lo mismo.Esta vez lo vio desde afuera Martín Palermo por haber acumulado cinco amonestaciones. Pero la capacidad goleadora del equipo no se quedó sentada en los palcos. Y, llevado de la mano por un Riquelme inspirado -para jugar, para hacer jugar, y encima para convertir-, Boca salió del vestuario con su determinación a cuestas. Y si no abrió la cuenta antes de que Argentinos tocara la pelota, en el despertar del partido, fue sólo porque Pontiroli pudo detener en dos tiempos el cabezazo del pibe Giménez, que pretendió ponerle el moño a una jugada colectiva de clase alta en los segundos iniciales de juego.El uno a cero, de todos modos, debió entregarse enseguida, manso y tranquilo, a los deseos de Boca. Fue a los nueve minutos, cuando Riquelme cabeceó al gol un centro de Cagna, que había recibido de taco del mellizo Guillermo. Jugada estupenda y golazo. Por la concepción y por la definición. Y en esa maniobra, y en aquellos minutos del comienzo, quedó escrita a fuego la distancia que hoy por hoy separa a los unos de los otros. Argentinos en ningún momento pudo levantarse y empezar a andar. Boca no lo dejó. Estuvo tan ocupado en dominar el juego Boca, que su circulación correcta, sus entregas de primera, sus anticipos en todos los sectores, no le permitieron emerger nunca al equipo de La Paternal.Argentinos no pudo contar ni con Quinteros (lesionado) ni con Ledesma (suspendido). Pero, especialmente, no pudo contar ni con espacios ni con aire ni con tiempo para reaccionar. Porque Boca, seguro de sí mismo, confiado pero no relajado, ni pensó en entregar la posesión de la pelota después del primer gol. Bajó las pulsaciones de su búsqueda, es cierto. Pero siguió siendo amo y señor de la tarde en Liniers. Respaldado en la firmeza del fondo (en donde sobresalió Traverso), motorizado a partir de la presión de los volantes (con Serna como abanderado), jerarquizado por el campo visual que ofreció el manejo de Riquelme, y siempre incisivo con el voltaje del Mellizo adelante.De pronto, abriendo huecos en abanico, Riquelme cedió a Arruabarrena, este despachó el centro y Traverso (sí, el otro lateral al mismo tiempo) llegó por la derecha para sacar un bombazo que alcanzó a tapar Pontiroli. Enseguida Bennett se perdió el empate cuando su cabezazo hizo escalas en el poste derecho y en el travesaño antes de bajar y diluirse el peligro. Pero a esa altura estaba claro que ni un empate coyuntural podría torcerle el rumbo al partido.Por las dudas, Traverso mandó el centro y Guillermo aterrizó en el área para poner el segundo. La ductilidad sin compañía de Roberto Cartes era una luz demasiado tenue entre las sobras del juego de Argentinos. Riquelme, desde fuera del área, se sacó una camiseta roja de encima, levantó la cabeza, midió el disparo, y guardó el tres a cero junto al palo izquierdo de Pontiroli, que llegó demasiado tarde. Ya era el segundo tiempo. Ya eran tiempos de cambios y más cambios. Pero, en esencia, nada cambió. Hubo más impotencia de Argentinos, más suficiencia de Boca. Más de lo mismo, en realidad.


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