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      A Boca le costó más de la cuenta salvar el invicto

      Colón se puso en ventaja con un gol de Fuertes en el primer tiempo. El equipo de Bianchi acusó las ausencias del mellizo Guillermo y de Samuel. Ahora lleva 34 partidos sin perder.

      Redacción Clarín

      Ya estaba instalado el sino fatalista en la sorprendida Bombonera. Los gritos, que parecían aullidos, o ruegos, se mezclaban con los murmullos de la desesperanza cada vez que tropezaba Barijho, o entegaba mal Serna. O Matellán. O cuando moría en los centrales de Colón algún pelotazo inútil. El fantasma del mellizo Guillermo crecía en al memoria de todos. Y hasta apareció nítidamente el de Samuel, a los 35, cuando Fuertes quedó mano a mano con Abbondancieri y tiro afuera desde posición inmejorable.El día menos pensado se iban el invicto, la invulnerabilidad de Abbondancieri, la larga racha triunfal de Carlos Bianchi. Y se iban de la mano de una actuación gris, desconcertante, frente a un rival, Colón, que con toda dignidad, supo cubrir los espacios, supo presionar -especialmente- sobre Riquelme-, y hasta supo encontrar los caminos para contraatacar en los momentos justos. Después, es cierto, cayó en la tentación de apretarse contra su área para proteger el triunfo histórico y aprovechar la desesperación ajena. Y, quizás, ese pecado posibilitó la redención de Boca. El Boca herido, maltrecho, impotente. Porque el capitán Cagna -que no había acertado como otras veces en el desarrollo- encontró la pelota y la llevó hasta al fondo por la izquierda. Y enganchó. Y metió un zurdazo largo que pasó por arriba al seguro Burtovoy, y se encontró con la cabeza salvadora de Martín Palermo, junto al segundo palo. Y el fatalismo se hizo explosión. Al estilo de la gente de Boca. Con toda la furia, con todo el desahogo. Pero, al cabo, no era más que un alivio, sólo un alivio en un partido impensado. Porque ni el más escéptico de los seguidores había imaginado un sufrimiento así.Nadie de Boca lo había imaginado, pero sí Francisco Ferraro, el técnico de Colón. Y más, seguramente, cuando se enteró que no estaría Guillermo Barros Schelotto en el ataque rival. Porque la presencia de Barijho -de características muy diferentes a las del mellizo- obligaría a Boca a otro tipo de juego, sin el vital desborde por los laterales. Había que estar preparado para los pelotazos, en primer lugar. Y había que estar preparado para los eventuales intentos por abajo de los volantes de Boca, con Riquelme como pivote. Y como el equipo de Bianchi eligió este último camino, el remedio era ir a anticipar al medio, a presionar, a combatir por la pelota, y de ese modo aislar a Palermo y a Barijho. Claudio Marini fue el abanderado. Y Gastón Córdoba, el encargado de clarificar la salida. Presión, mucha presión, agrupamiento -pero sin meterse en su área- y prolijidad en el manejo una vez conseguida la pelota. Ese debe haber sido el croquis previo. Y visto lo que se vio en la cancha salió a la perfección. Porque los jugadores -al fin los únicos que deciden- de Boca ayudaron al planteo adversario con sus imprecisiones. Las de Basualdo, las de Serna y hasta las de Cagna.La evidencia decía que por más que estuviera bien el modelo, y el funcionamiento, y el equipo, y la teoría, y aun la convicción ganadora, elaborados en los 33 partidos sin derrotas, la verdad final la dan los nombres. Y una vez más Boca demostró que sufre enormemente la ausencia del mellizo. Y, ayer, también, que cuesta demasiado el reemplazo de Samuel. Dos apellidos clave. Pero, además, el Barijho por Guillermo, demostró que no es fácil encontrarle variantes a la estructura.Cuando el Bichi Fuertes aprovechó la duda de Serna y se fue en diagonal para ganarle en la carrera a Bermúdez y cruzarle la pelota al gol al Pato Abbondancieri, nadie se sorprendió. Porque sólo una vez habían llegado los locales (un aparente penal de Medero a Palermo) hasta ese momento. Y no habían logrado el control del juego después de ese comienzo pausado y atildado, pero sin profundidades. Pero todavía faltaba mucho, pudo pensarse. Pero nadie de Boca sospechó la desazón que vendría. Cuando salió Basualdo y entró Giménez para buscar la apertura, ya pareció tarde. Porque Giménez no se enchufó y porque las características del desarrollo parecían selladas.De tanto ir, empujado por el grito de su gente, pero de tanto no ver, y de tanto chocar, parecía ya que la derrota del día menos pensado estaba escrita. Dos veces Colón estuvo a tiro de aumentar frente a las dudas defensivas del campeón. El sino fatalista ya se había adueñado del rumor de la Bombonera. Hasta que Martín Palermo metió la cabeza. Y explotó el grito del desahogo. Del alivio. Como nunca se hubiera soñado.


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