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      La paternidad de Boca es ilimitada

      Se lesionaron rápidamente Abbondancieri y Serna. Bermúdez -autor del 1-0- fue expulsado. River igualó, pero no supo aprovechar las ventajas. Y Palermo concretó un triunfo increíble.

      Redacción Clarín

      Visto lo visto en el juego, en las circunstancias del desarrollo, en los planes tácticos, en el rendimiento de los jugadores, en las presencias anímicas de unos y otros, en los aspectos psicológicos, no hay otro remedio que simplificar hacia el pensamiento mágico: parece cierto eso de que River, a Boca, no le gana nunca más, tal como cantaba eufórica su gente después de la nueva victoria en la Bombonera. Porque ésta de ayer fue la prueba máxima para la vigencia de la racha triunfal, a puro contratiempo. A los 4 minutos, después de haber desviado un disparo de Netto, el arquero Roberto Abbondancieri, abanderado de la casi invulnerabilidad desde su desconfiada reaparición, debió dejar el campo por una lesión en su hombro. Y Cristian Muñoz, el tercer arquero real del plantel, 21 años, casi ajeno de puro suplente, de pronto se encontró con la boca de Carlos Bianchi gritándole motivaciones en las orejas, con el aliento de sus compañeros del banco, con la ansiedad hecha grito ululante y con dos manos invisibles que lo empujaban a la hoguera del debut impensado en el superclásico. Y había córner para River.A los 19, Mauricio Serna, quien con toda guapeza estaba aguantando la superioridad conceptual de River en los primeros minutos, quedó paralizado por un aparente desgarro y también debió irse. Con el peruano José Pereda en la cancha el mapa táctico no podía ser el mismo. Pero Boca que estaba apretado por la presión adversaria en el medio, que acusaba una extraña falta de precisión (hasta del infalible Walter Samuel), que no encontraba su circuito de juego, frotó la lámpara de la paternidad en un tiro libre de Riquelme, peinada del Mellizo, cabezazo de Samuel, pechazo goleador de Bermúdez. Y se puso 1-0. Sin anestesia.Siempre pasa lo mismo, podía pensarse. Boca gana porque sí. Sin explicaciones. Pero faltaban otras fatalidades. Que Jorge Bermúdez se fuera expulsado (por doble amarilla tras una fuerte infracción a Gallardo) antes de terminar el primer tiempo. Y que Carlos Bianchi eligiera para el complemento la fórmula menos atrevida y menos popular: Traverso por el mellizo Guillermo. Como si la idea hubiese sido aguantar y aguantar, olvidando el arco contrario. Ramón Díaz tampoco se animó a la aventura de sumar un delantero por un defensor de los que sobraban. Pero flotaba la sensación que sólo sería cuestión de tiempo, el empate y hasta la eventual victoria de River. Y el silencio sepulcral de las tribunas locales lo certificaba.A medida que Gallardo se iba haciendo eje de la circulación y que la dupla Berti-Sorín aparecía por la izquierda y que la pelota cruzaba de un sector a otro para hacer valer el hombre de más y que Astrada se paraba como pivote en el medio de la cancha, y que Boca se apretaba sin rubores contra su área, el empate se veía venir. Y vino rápido. Tras un dramático agrupamiento y un penal de Traverso a Saviola que Netto transformó en gol.Todo parecía encaminado hacia el final del maleficio de River, el de la larga serie adversa. Y tambaleaban además, como premio extra, el invicto de 35 partidos de Boca, la imbatibilidad (oficial) de Bianchi desde su vuelta al fútbol argentino, la Bombonera, las porristas, la firme candidatura al bicampeonato. Todo.Pero el viejo influjo, la ley invisible, el mandato astral, no le dieron tiempo a nadie. Ni a los de River para proyectar la ilusión ni a los de Boca, para llorar en vida el dolor de su propia muerte. Porque Muñoz sacó un tiro libre largo, Cagna la peinó distraídamente, Palermo -con Berizzo respirándole en la nuca- la dominó con el muslo y metió un frío y letal zurdazo de media vuelta. Así como se lee. En la primera llegada ofensiva, cuando su ofensiva verdadera era sólo Palermo, Boca acertó el segundo gol. Y volvió a poner en la vidriera un cartel: la paternidad no se toca. Fue mucho para River. Y en el detalle se marca la diferencia entre un equipo y otro, más allá de las cuestiones esotéricas: Boca supo ponerle el pecho a la adversidad tras las lesiones de Abbondancieri y Serna, tras la expulsión de Bermúdez. River, en cambio, quedó aprisionado en su impotencia cuando se encontró en desventaja, con un jugador más, faltando 35 minutos.Cuando Ramón Díaz se decidió por sumar un delantero (Castillo) por un defensor (Hernán Díaz) fue tarde. Porque Boca ya tenía resuelto aguantar el partido con el corazón de todos y con el talento de Román Riquelme. Y, además, sumó la decisión de Hugo Ibarra para proyectarse a las espaldas de Sorín y encabezar los contraataques posibles. Paradójicamente, los suficientes (uno que Cagna no pudo aprovechar y otro que él mismo terminó con un disparo cruzado, apenas desviado) como para que fueran más contundentes que los confusos intentos de River. A esa altura Samuel, Traverso y hasta el chico Muñoz eran los patrones del área local.A veces sobran las palabras. Boca sigue su marcha. River quedó lejos. Hay razones de paternidades que no se explican. Pero cuando falta juego es necesario el espíritu. Y en espíritu, Boca fue más que River.


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