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      A River le falló el circuito y a Vélez le faltó decisión

      No se sacaron ventaja en un partido con pasajes tediosos. River tuvo la chance de ganarlo con un penal, pero Gancedo lo pateó afuera. Las figuras estuvieron en los arcos: Bonano y Chilavert.

      Redacción Clarín
      04/10/1999 00:00

      Da para suponer que Bonano lo agarró en frío a Pandolfi en aquella jugada del final, cuando Vélez estuvo cerca de sumar de a tres y no de a uno. El Rifle no gatilló y el arquero salvó a River de una derrota que hubiera sido exageradamente impiadosa. Como ninguno fue más que ninguno, el 0 a 0 pareció un resultado redondo. Tan redondo que Pandolfi, en frío, no hizo más que corresponder a la reseña del partido. En definitiva: todo frío en un día frío.Desarrollo frío, entonces. Helado en el indigerible segundo tiempo. Con algo de voltaje en el primero, pero sin fantasía. Y se trataba de dos candidatos: el River de Ramón que intentaba sobreponerse al tropezón que sufrió ante Argentinos y el Vélez de Falcioni que, con retoques juveniles, venía pidiendo pista con su vigoroso envión de cuatro victorias consecutivas. Pero River agrandó sus dudas y Vélez quedó preso de su impericia. Como no exhibieron un patrón de juego, se hizo titánico desentrañar qué buscaban. ¿Qué buscaba River al forzar por inercia, sin argumentos, tirándole encima toda la responsabilidad de la creación a Aimar? ¿Qué buscaba Vélez, que ante un rival que no sabía cómo lastimar tenía que rezar en cada centro que aterrizaba en su área? ¿Qué buscaba River, con Saviola apagado y con Angel directamente desconectado? ¿Qué buscaba Vélez, que en la segunda parte se encontró con la posesión de la pelota casi sin querer y se lo vio incómodo en el rol protagonista que le cedió la desorientación de su adversario?Si buscaron, está claro que no encontraron. Y cuando encontraron, favorecidos en general por errores ajenos, surgieron Bonano y Chilavert. Enormes en sus tapadas, en su seguridad y en su respaldo. Sobre Tito, que lo diga Pandolfi, o que lo diga Chila (le ahogó el gol en un tiro libre), o que lo diga Bardaro (se la sacó al corner con una mano). Sobre Chilavert, que lo diga Saviola (el paraguayo le ganó en un mano a mano), o que lo diga Gancedo (otra atajada notable).Al fin, la pizca de jerarquía explotó desde los arcos. Y brotó también, en forma más esporádica y un renglón debajo de Bonano y de Chilavert, en Aimar. A veces acelerado, es cierto. Pero incisivo y desequilibrante. Como que le cometieron el penal que desvió Gancedo o como que le hizo ver la tarjeta roja a Claudio Husain. Después, cuando se acababa, Baldassi echó a Leo Ramos. Quizá las expulsiones sirvan como parámetro. El mayor de los Husain y el uruguayo tenían amarilla; no eran jugadas de peligro. Y pegaron igual. Como si la tendencia -un signo del fútbol argentino actual- fuera insalvable. Se pega porque, cuando no se puede jugar, se juega a pegar. Y Baldassi, que mostró siete amarillas y expulsó cuando no había más remedio, lo permitió.Mientras Vélez hacía uso y abuso de las brusquedades, River perdía la brújula. Escudero no quitaba ni aportaba sorpresa. Gancedo volvía a delatar que no da en la tecla con la posición. Y Saviola, curiosamente, no apelaba a la gambeta. Cuando hay cortocircuito en la generación, el pibe queda abrumado: se espera que resuelva todo con un rapto de inspiración. Una misión complicada si el equipo no apuesta a la llegada masiva.River tuvo su ratito en el primer tiempo, cuando la defensa de Vélez hacía agua si la rasguñaban. Fracasó en el último toque y no insistió en utilizar las puntas. River no convirtió contra Argentinos. No convirtió ayer. Tampoco había convertido -sin su máximo poderío- contra los brasileños de Cruzeiro por la Mercosur. Ramón sabe que hay que ajustar la sintonía. Porque ahora River ni siquiera acierta de penal. Falló Ramos hace ocho días, en Caballito. Ayer, cuando faltaban nueve minutos, Méndez bajó a Aimar y Gancedo se paró para ejecutar sin aparente convicción: la mandó afuera. ¿Quién pateará el próximo?River deambuló en los cuarenta y cinco finales. La telaraña de Vélez lo carcomía. Ya estaba Camps en la cancha y Bardaro se había desplazado a la izquierda. Por allí arrimaban los visitantes. Pero les costaba trasladar a Falcón y a Buján. Y Darío Husain, luego reemplazado por Pandolfi, sólo ofrecía voluntad. Un River sin reacción y un Vélez sin variantes montaban, en consecuencia, una película previsible. Rumbo al cero irremediable.Hacía frío, para colmo.


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