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      River preparó la fiesta con goles y quedó a un paso

      Dos goles de Javier Saviola y otros dos del colombiano Juan Pablo Angel le dieron el triunfo al equipo de Ramón ante un endeble rival. Así, River se aseguró el primer puesto del Apertura.

      Redacción Clarín

      El apasionante fenómeno del fútbol tiene lugar para todo. Y por eso hasta los sentimientos más controvertidos alimentan su atracción popular incomparable. Y vale este ejemplo: la gente de River desbordó el Monumental con cantos y banderas en los entusiastas preparativos de la consagración inminente. Y la fiesta crecía a medida que el pálido Ferro desnudaba sus imposibilidades y empezaban a sucederse los goles irremediables. Primero los de Javier Saviola, con sus flamantes 18 años, para alcanzar la cima de los goleadores a la par del ausente Martín Palermo. Mientras, las antenciones estaban repartidas entre Córdoba y Caballito, esperando el tropiezo de los seguidores inmediatos, para proyectar el rito sagrado de la vuelta olímpica. Quizá por eso no se oyeron los goles de Barijho. Y tampoco los de Pierucci que afirmaron el arranque triunfal de Central ante Argentinos... Hasta que Josemir Lujambio acortó para Belgrano y la ansiedad se hizo sonido creciente. Faltaba un toque más para el estruendo. ¿Central? No interesaba tanto. La cosa era con Boca, que Boca se quedara afuera. Y fue cruel la confusión cuando el supuesto empate de los cordobeses era, en realidad, el tercero, de Arruabarrena., entonces, se destapó la ironía...River se floreaba en el campo -es cierto que frente a un rival flojo y desconcertado- con el destello de algunos rendimientos individuales como los de Gancedo, Yepes, Placente, Astrada e incluso los goleadores Saviola y Angel. El equipo parecía aceitado, listo para justificar su primacía. El primer puesto en el Apertura estaba asegurado y aun un empate ante San Lorenzo provocaría el título directo. Y, en el peor de los casos, todavía quedaría el desempate. Todo parecía favorable. No había razón para apagar la fiesta. Pero no, el impacto de la demora, cierto resquemor (que no aliviaban algunas frases despectivas de Ruggeri sobre Boca) por la nueva vigilia y la permanencia de los persiguidores produjeron el efecto de la inquietud. Una inquietud que trocó regocijo por silencio. Ironía pura. Cuando el equipo mostró su mejor imagen, cuando quedó a punto, no pudo disfrutarse. Porque el miedo a la frustración siempre pisa fuerte en el particular mundo del fútbol. Como si se tratara de un estigma. Y ese detalle condiciona. A los de adentro (los protagonistas) y a los de afuera (los sufridos sostenedores).¿Que había pasado, en realidad, para que River alcanzara el punto de la brillantez después de ciertas dudas futboleras que se habían desatado en las últimas fechas? La respuesta es simple: la escasa resistencia del adversario fue la clave. Porque se pareció a un espejismo ese aparente orden de los primeros 20 minutos que, amparado en las buenas intenciones de Chaparro, habían mostrado a los visitantes, dispuestos a discutir la tenencia del balón, algo que diversos antecesores habían logrado -curiosamente- en el propio Monumental. Pero en cuanto Pablito Aimar (no anduvo con todas las luces) acertó con un desborde (ante la inocencia de Vales) para servirle el disparo a Pereyra que -con estación en la cabeza de Saviola- terminó en el primer gol, la resistencia de Ferro se desmoronó. así fue como River tuvo oportunidad de soltar su juego. Y de confirmar, casi sobre el final, las virtudes que nacen de las capacidades de varios protagonistas. Porque volvió a su nivel de infranqueable el colombiano Mario Yepes, con quite y elegancia de salida. Y repitió Diego Placente su alto rendimiento que lo proyectan como el lateral de mayor progreso del fútbol argentino. Y como esta vez estaba el Jefe Astrada hubo voz de mando en el medio. Y circulación fluida. Y hubo lugar para que Leonel Gancedo destapara sus dotes a pleno. En las apiladas ofensivas, ahora sorpresivas y rápidas, y en su aptitud para el toque. Por la izquierda, por la derecha y por el medio (en los últimos minutos cambió su posición con Astrada), hasta transformarse en la figura de la cancha.El pibe Saviola aportó su gambeta punzante y una convicción de adulto para enfrentar y derrotar el maleficio de los penales, con un toque de clase. Y Angel mostró sus dos perfiles: el del goleador elegante (convirtió dos con espléndidos cabezazos) y el del jugador casi indolente.Ferro ayudó con sus ingenuidades defensivas y con su escasa potencia. Brindó todas las facilidades. Es innegable. La experiencia dice que, a veces, las ventajas terminan exagerando virtudes. Pero la ilusión óptica pareció mostrar la madurez de un equipo rumbo a su consagración. Sin embargo, las circunstancias dicen que falta un paso. Y eso desató la ironía. El regocijo se transformó en silencio. Y la ilusión en temor. Porque el fútbol tiene lugar para los sentimientos más controvertidos.


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