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      Liu Song ¿no habrá nacido en Barracas?

      Hace 28 años nació en China, pero desde hace dos es ciudadano argentino. Está 44° en el ranking de tenis de mesa y le apasionan el fútbol y el asado. Un personaje para disfrutar.

      Redacción Clarín

      Si uno sabe que vive en un barrio como Floresta, que es hincha de Boca porque "conocía a Maradona, un día me llevaron a verlo a la cancha y nunca había visto una fiesta así", y que además la comida que más le gusta es el asado ("parrilla", dice, y se le escucha bien clarito una r sola), la ecuación debería dar como resultado a un típico porteño del otro lado de la conversación. Sin embargo, Liu Song nació lejos de lo que hoy es su Buenos Aires querido. Fue en Guang Xi, China, lugar donde comenzó a darles impulso a sus sueños de conquistar ilusiones de la mano del tenis de mesa. De sueños sin murallas...

      Desde de su 1,71 metro y de sus 60 kilos, entendió que el deporte en el cual la pelotita se mueve a la velocidad de la luz podía dejar de ser sólo un juego. Como la mayoría de sus entonces compatriotas, lo comenzó a jugar desde chiquito: a los 9 años y con la paleta en la mano izquierda. Con su crecimiento llegaron los títulos, como, por ejemplo, el nacional juvenil individual y por equipos. En esa época, como ahora, también lo atrapaba escuchar música ("Me gusta la salsa", se despacha) y hacer turismo. Desde esos tiempos, como ahora lo sostiene alguien que lo vio jugar por los puntos, su carisma es enorme. Tan enorme como su sonrisa.

      En 1990 las vueltas de la vida trajeron a sus padres para la Argentina, donde pusieron una lavandería. Cinco años más tarde, él se vino con las valijas para este lado del mundo. Su sentencia del porqué queda clara cuando con cierta melancolía dice desde la lejana Beijing, lugar donde entrena muy fuerte mañana y tarde: "Lo que pasa es que extrañaba".

      La vuelta a su país de origen es para mirar de cerca los primeros Juegos Olímpicos de su vida que lo tendrán con la camiseta argentina en el pecho, porque se nacionalizó en 1998. "Estamos con Pablo Tabachnik junto al equipo de Beijing", le explica Liu Song al periodista, mientras se despereza junto a su mujer Conniexu, con quien piensa tener un bebé, pero "más adelante". Tabachnik es su compinche y compañero de dobles, con quien consiguió los títulos sudamericano, iberoamericano y latinoamericano a fines del milenio y con quien logró —Juan Carlos Frery era el otro integrante— una de sus dos medallas de plata en los Panamericanos de Winnipeg en la competencia por equipos. La otra fue en el torneo de single.

      "Ojalá pueda ganar una medalla", desea para la gran cita de Sydney. Aunque sabe que será muy díficil. Tan difícil como aprender español: "Cuando llegué a Buenos Aires no sabía una palabra. Después fui aprendiendo por costumbre", comenta el 44° jugador del ranking mundial, quien llegó hasta el 32° puesto con su juego de ataque, su defensa de revés y su táctica de usar puntos largos.

      Antes de decir, no con cierta dificultad, que partirá hacia Australia el 1° de setiembre, Liu Song no puede describir lo que siente al volver a China, recorrer sus calles, hablar su idioma más conocido. Porque ahora dice con orgullo "soy argentino". Jugador en la cancha, solidario desde afuera, no para de alentar a sus compañeros y aplaudir los puntos con los dedos de ambas manos bien abiertos. El ruido del aplauso suena fuerte, como su esperanza de colgarse alguna medalla.

      Mientras relata que los trofeos que gana los coloca en las vitrinas del negocio de sus padres, se da tiempo para explicar la diferencia, desde su punto de vista, entre el tenis de mesa y el pimpón: "El último es más un juego". Juego o no, Liu Song lo practica con la belleza necesaria para creer que la Argentina puede ilusionarse con él.

      Hace más de un año, cuando disputaba uno de los partidos de los Panamericanos, Liu Song recibía el aliento de los argentinos que lo seguían con admiración. En un momento de tensión, la barra decidió hacer silencio para no molestarlo y dejar que su concentración lo ayudara a seguir sumando puntos. Pero él, con mirada cómplice y levantando las palmas de las manos, les pidió que siguieran alentando. Allí se prolongó, con la picardía argentina, el romance con los suyos. Porque la historia de Liu Song ya tiene la mezcla de celeste y blanco. Como si hubiera nacido acá nomás, en Barracas.


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