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      El último oro. La hazaña de Capozzo y Guerrero

      Ganaron la medalla dorada olímpica en Helsinki 52. Clarín los juntó en Córdoba.

      Redacción Clarín

      No, claro, las caras no son las mismas. No hay lágrimas para festejar y menos para llorar, porque los años cimientan la sabiduría. Tampoco están los músculos, los brazos con montañas, la piel brillante, las posturas triunfadoras. No, claro, Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero, no son los mismos. Es que han pasado 48 años desde aquella, su doble gran hazaña, en la tierra —o mejor dicho—, en el agua improbable de Helsinki aquel 23 de julio: haber ganado la medalla de oro en doble par de remo en los Juegos Olímpicos de 1952, y ser los últimos argentinos en alcanzar esas alturas.

      En otras alturas, las de su bella casa en las sierras cordobesas de Vaquerías, Tranquilo recibe a Eduardo que llega desde Buenos Aires con un abrazo, y los dos le dicen enseguida a Clarín que jamás se imaginaron ni hubiesen querido que su proeza fuera doble: "Qué íbamos a pensar que después no llegara más oro para la Argentina. Tal vez crean que nos da orgullo ser los últimos en ganar en unos Juegos, pero no, nos da tristeza. Porque esto demuestra que las cosas no se han hecho bien en el país en materia deportiva".

      Pero no es momento para amarguras ese primer momento del reencuentro. Aunque la separación de estos compinches que el destino hizo socios de la gloria, no fue tan prolongada porque también Clarín los juntó a fines del año anterior en su Fiesta del Deporte. "Yo mucho no quería remar con Eduardo, porque era un loco lindo, y yo en cambio era bastante serio y disciplinado", cuenta tranquilo Tranquilo, que así es de raro el nombre de este norteamericano de nacimiento, italiano en su adolescencia, y argentino desde los 18 años y hasta el colmo en su crepúsculo de los 82 entre peperinas y cabritos. "Para mí fue un orgullo que me llamaran del club Canottieri Italiano para remar con el Tano —dice Eduardo, al que en cambio se lo podría llamar Inquieto, por sus verborrágicos 72 años—, porque él ya era un tipo reconocido en el ambiente del remo. Yo me había hecho fama de loquito, pero porque me defendía de las injusticias. Venía del Club de la Marina y suspendido, porque no me dejaban definir con un remero que se llamaba Alfieri quién era mejor de los dos para representar al club. Y lo quise hacer y salí al agua a la una de la madrugada, y se armó un lío".

      Eduardo Guerrero siempre anduvo por la zona norte, atado al Río de La Plata, o a los riachos del Delta. Remando hasta que pudo, entrenando a los demás, jugador de rugby, entrenador y conductor de una gira histórica de Deportiva Francesa por Europa. Hoy se defiende de la institucionalizada agresión a los mayores, con una empresa familiar de catering, y ruega que los funcionarios le apoyen su exposición fílmica itinerante sobre educación deportiva y vial, y sobre la historia olímpica argentina. Tranquilo Capozzo, diez años mayor, descansa las pasiones, aunque hasta los 79 años fue buscado para montar fábricas de envases de hojalata. Don Tranquilo también fue gran ciclista, pero hay que decirlo bajito porque nunca creyó que nadie fuera más grande que otro, y por eso siempre le restó importancia a la estela que dejó su triunfo en el agua, y en los años.

      Eduardo también rechaza vanidades, pero se queja, porque después del recibimiento de "Perón y Evita, no pasó nada. Hubo un campeón de remo ruso, al que después de retirado se le dio una pensión equivalente a un sueldo de coronel para que vuelque su experiencia. A nosotros ni la hora, ni siquiera nos convocaron para entrenar a los equipos de remo". Tenían que ser algo desfachatados Tranquilo y Eduardo para arrebatarles la medalla de oro a los mejores remeros del mundo. Desfachatados e inconscientes, como pinta esta decisión de Guerrero, que atrasó el recibimiento pomposo en la Casa Rosada: "Tardamos 3 días en llegar en avión a Helsinki. Pero la vuelta era en barco y duraba 35 días. Con mi amigo el Negro Almirón, otro remero, nos aburríamos en el barco. Y en un parada en Hamburgo, nos bajamos, y se dieron cuenta cuando el barco partía y nosotros saludábamos desde el muelle. El jefe de la delegación se quería morir. Como nos habíamos hecho amigos de unos alemanes, la pasamos bárbaro diez días. Después, nos tomamos el otro barco que traía al resto de la delegación".

      Laura, la hija de Tranquilo, sirve el café para encender la sobremesa y el principal recuerdo. Se escucha el primer relato de la otra consagración, la de José María Muñoz, gritando "Argentina campeón Olímpico, Capozzo-Guerrero llegan primero en el doble par de remo, Argentina medalla de oro en Finlandia". Se escucha la risa de don Tranquilo cuando Eduardo recuerda cómo llegó destruido el bote a Helsinki, y cómo hizo para convencer a los rusos, los derrotados por ellos, para que lo repararan; cuando recuerda el ingenio de Tranquilo para inventar un rompeolas para que el viejo bote surcara mejor los 1500 metros del revuelto lago de Helsinki. Y Eduardo que sigue, y el café de Laura también, y la risa de Tranquilo: "Yo casi no viajo, porque me dejaron preso una noche por robarme unos remos. Si los que nos dieron eran un desastre".

      Hay avalancha de imágenes: las carreras previas a la final ganadas por paliza; el acierto del cambio, que Tranquilo fuera a la proa y Eduardo a la popa; que por eso, según Eduardo, el Tano siempre llegaba primero; el arranque de la final en el cuarto puesto, y la punta que se alcanza a mitad del recorrido y que no se pierde de casualidad cuando Eduardo consigue manotear en el aire un remo tras un golpe excesivo; los rusos que van quedando atrás. Y la llegada, con un tiempo de 7m.32s.2, a seis segundos de los rusos. Los gritos del entrenador Robert, de Muñoz...

      Capozzo-Guerrero, medalla de oro en remo en los Juegos Olímpicos de Helsinski de 1952. El último oro argentino aunque corriera tanta agua...


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