Noticias hoy
    En vivo

      River obsequió un domingo de fiestas con toque y goles

      El colombiano Angel, en dos oportunidades, Saviola y Placente marcaron los goles de Gallego. Maceratesi, de penal, marcó para Central. Brillante vuelta de Ortega al fútbol argentino.

      Redacción Clarín

      En el mismo comienzo del partido, cuando Ariel Ortega tomó la pelota, encaró la gambeta y el freno para volver a arrancar (y frenar) se insinuaron dos certezas en el Monumental: una, que iba a ocurrir lo que se preveía, el funcionamiento del tiki-tiki entre el cuarteto ofensivo que completaban Aimar, Saviola y Angel para transformarlo en propuesta de ataque; y otra, que el Burrito estaba dispuesto a romper desde el mismo arranque todas las cadenas que aprisionaron su habilidad en los últimos tres años (por exigencias ajenas, de entrenadores, y por su propia obediencia silenciosa) para hacer volar su felicidad por la vuelta a los afectos. Y para eso iba a emplear los argumen tos que mejor conocía desde siempre: el poder caótico de su gambeta como estandarte, la improvisación, la búsqueda de la pared corta, el pique y el freno. Lo suyo.

      Las otras certezas se dieron enseguida, ante la tibieza defensiva de Central. La tan discutida sobre el gusto de la gente de fútbol, por ejemplo. En esos primeros minutos quedó claro que también con gambetas, paredes, caños y sobreros (cuando se cuenta con intérpretes para intentarlo), se puede llegar a la vecindad del gol y, mientras tanto, oír el sonido permanente de la aprobación de las tribunas. Esa identificación del jugador-espectador tiene historia en el fútbol argentino, una historia que definía una manera autóctona de expresar el juego. Y que orgullosamente se la denomoninó la nuestra. Despreciada después, cuando la irrupción de los cientistas pretendió disfrazar con palabras la decadencia irremediable que trajo la mezquindad enquistada en la opción macabra: éxito o fracaso. A cualquier precio. Y sin espacios para la emoción de la duda.

      Esa sinfonía que comandaba Ortega —encendido y feliz— era la resurrección del romanticismo futbolero. Y no se necesitaba potencia física para el intento. Ni roces, ni golpes, ni presiones organizadas, ni velocidades supersónicas. Sólo libertad para crear. Y talento de los protagonistas. Para que el entrenador quede en el lugar que le corresponde, al costado de la cancha, como un espectador privilegiado. Américo Gallego había dicho que en River se animaba a este gesto de audacia de sacar a un carrilero para ponerlo a Ortega. Y se exageró el valor de la propuesta. Al fin son dos volantes creativos de juego y dos delanteros creativos para el gol. Pero quedan seis más, preparados para defender. No hay desequilibrio, en realidad. Sólo que en estos tiempos de miseria una simple concesión se parece a una epopeya.

      Después, los partidos son partidos. Con sus circunstancias. Y las circuntancias estuvieron del lado del local, claro. A los 4 mintuos funcionó un Ortega-Saviola y el delantero aprovechó la ayuda del barro para abrir el marcador. Central no encontraba la fórmula para interrumpir el circuito vertiginoso que proponían Aimar y Ortega en el arranque, siempre juntos, con Saviola y con Angel, para armar las jugadas por el medio y salir hacia los costados para volver hacia al centro, tras los desbordes (el abecé de la nuestra) en los que también participaban Husaín y Placente.

      La idea futbolera de los rosarinos no era muy distinta en el bosquejo. Sólo que la línea defensiva incluia a Mariano González (un volante) como seudomarcador lateral, con riesgos para la marcación. Erroz y Quinteros hacían la contención, Vitamina Sánchez y Ezequiel González, el armado, y Maceratesi y Cáceres, la ofensiva. Pero la diferencia clave (más allá de las capacidades) la marcaba la actitud de uno y de otro. Pero nada estaba definido cuando el árbitro Giménez entendió que era para roja directa una fuerte infracción de Cáceres sobre Husain. Y Central se quedó con diez, a los 18 minutos. Demasiada ventaja para tanta fiesta.

      Ortega, centro pasado de Saviola y exquisita definición de Placente. Dos a cero. Ortega, por arriba, cabezazo de Angel al segundo palo. Tres a cero. Y se olían muchos más. Un dudoso penal de Lombardi a Maceratisi, convertido por éste, mostró un espejismo. Cuando, tras un error de Buljubasich (el arquero había sido figura tapando media docenas de pelotas francas) Angel marcó el cuarto, en el segundo tiempo, se insinuó la goleada histórica. Pero Giménez lo expulsó a Erroz (tras un insólito reclamo de Angel) después de una amonestación por un golpe a Aimar y el partido (11 contra 9) perdió la mínima noción de equivalencia que le quedaba, a media hora del final. Entonces, River —atento a los viejos códigos futboleros— achicó el ritmo y entregó su perdón. Gallego ya había colaborado con el cambio conservador de Zapata por Angel.

      Volvió Ortega, funcionó el tiki-tiki y la gente empezó a disfrutarlo. Pero River realizó su fiesta a medias. Porque contó con ventajas reales que impiden el juicio profundo. Habrá que ver cómo sigue la película cuando las exigencias se agranden y apremie algún peligro. El desafío será siempre la elección entre la libertad y la cautela. En todas las circunstancias.


      Tags relacionados