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      Drajer destreza y método

      Se imagina que ir a los Juegos Olímpicos será como el nirvana. Diego Drajer dejará apenas por un tiempo la sociología, las clases de teatro y a River, para intentar que su zurda sea aún más hábil con el sable.

      Redacción Clarín

      Nada es como parece. Detrás de Diego Drajer no hay una historia sostenida en apellidos notorios, en tradiciones largas o en economías vigorosas. El hombre es esgrimista y no por eso forma parte de ninguna elite. Más que eso: Drajer hace pensar que muchas miradas sobre su deporte son puro prejuicio.

      Pruebas a mano. Va un resumen sobre Drajer: estudia sociología en la Universidad de Buenos Aires, aprende teatro con el actor Julio Chávez, ama el rock como una identidad (en un abanico que va desde Andrés Calamaro a Radiohead), palpita fuerte por River y no encuentra un solo espadachín a la hora de revolver su árbol genealógico. A los 26 años, eso es su vida. Eso, claro, y los Juegos Olímpicos de Sydney, donde va a competir ahora, casi ya, cargado de una ilusión más grande que todas las palabras que conoce. "Me imagino que será como el nirvana", apunta. Sabe, de todos modos, que nada explica la emoción que siente frente al desafío que se le acerca.

      "Todavía me acuerdo cuando le pedí a mi viejo cincuenta dólares para comprar mi primera arma. Pobre... no entendía nada", cuenta Diego en estos días de entrenamiento intenso, viendo en el espejo al chico de séptimo grado que arrancaba un recorrido que lo volvería deportista olímpico. No era el dinero sino la imprevisibilidad de ese hijo inquieto, empecinado en virar de un deporte a otro, lo que desconcertaba a Isaías Drajer, abogado y padre de Diego. Nadie sabe cuál de todas las fascinaciones que encierra la esgrima terminó de atraparlo. Pero no cambió más.

      Quizá la llave para afincarlo en su deporte definitivo fue la magia encerrada en el largo salón del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, "el más importante de América latina", según enfatiza Diego. "Es un lugar extraordinario, cautivante", describe Drajer. Es, además, su lugar.

      Hubo una nueva elección sorprendente. Drajer descartó el florete y la espada y decidió que su socio deportivo fuera el sable, un arma asociada al mundo militar ("tampoco tengo ningún antecedente", observa). Guiado por su primer maestro, Gustavo Ducuin, seducido por una combinación de destreza y método en la que se destacaba, desde los 14 años participó en torneos y más torneos.

      Drajer acumula particularidades. Otra más: es zurdo. "Puede que ser zurdo tenga que ver con la definición de la personalidad", evalúa. Y confiesa admiración por "la gambeta del 10", sin sentir necesario pronunciar Maradona, como una marca de orgullo de la condición zurda. Lo explica entre sensibilidades, en un tono que repite cuando menciona a su novia, Carolina.

      Lo cierto es que, con la zurda en movimiento, el tiempo pasó y un día llegó un dulce: en Santa Cruz, Bolivia, ganó el Panamericano juvenil de 1994. El resto maduró como si fuera un destino. Los títulos argentinos, los sudamericanos, la participación en los Juegos Panamericanos (cayó en octavos de final en Winnipeg 99). El crecimiento impulsado por su entrenador actual, Sergio Turiace. Y este año, la clasificación olímpica.

      Eso vendrá: Sydney: "Voy a hacer lo que aprendí desde los 12 años, será como sentir que tengo toda la cancha de River para mí. Voy confiado, voy contento". Lo dice Diego Drajer, esgrimista de esperanzas, alguien que escribe su historia. Por eso va contento: todo lo que le queda es futuro.


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