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      El hombre que fue viento

      Carl Lewis, un atleta extraordinario, un grande entre los grandes en la historia olímpica. Ganó todo lo que se propuso.

      Redacción Clarín

      El sábado se cumplieron tres años desde que el Hijo del viento dejó de soplar y entró en la mitología del atletismo. El 26 de agosto de 1997, en Berlín, Carlton Frederick Lewis cumplió por última vez con su hábito de ganar (en 4x100) y confirmó el retiro: tenía 36 años, edad casi inconcebible para brillar entre la elite de velocistas del mundo. Un mes después, cuando se despidió en Houston con una exhibición, su entrenador, Tom Tellez, juró: "Si lo decidiera, él podría ganar una medalla en Sydney. Tal vez no el oro, pero seguramente estaría en el podio de salto en largo". Es una pena que esas palabras ya no puedan ser comprobadas.

      Pero la saciedad atenta contra el sacrificio. Y, en el 97, Lewis ya había cumplido con todos sus sueños. Nueve oros olímpicos e innumerables títulos internacionales no eran lo único. El objetivo económico estaba, también, en el banco. "Quiero ser millonario y no verme obligado a hacer un verdadero trabajo", había dicho Lewis al comienzo de su carrera. Y al final, en el Robertson Stadium de Houston —donde se había entrenado durante más de veinte años— alzó los brazos y dijo: "Se terminó; los cronómetros se detuvieron para mí". Más de 50.000 fanáticos ovacionaron a uno de los mejores atletas de la historia.

      Lewis nació el 1° de julio de 1961 en Birmingham, Alabama, Estados Unidos. Sus padres eran entrenadores de atletismo, dato que podría haber prefigurado el destino de Carl. Pero él era extremadamente flaco (el médico le había sugerido que practicara deportes) e incluso algo torpe. Ya en Willingboro, Nueva Jersey, donde se mudó con sus padres y sus cuatro hermanos, Carl aprendió a cantar, a bailar y a tocar algunos instrumentos para tener una alternativa artística. También jugó al fútbol americano, practicó buceo y fue delantero de un equipo de fútbol junto a su hermano Cleveland. El atletismo no parecía su fuerte: hasta su hermana Carol llegó a vencerlo cuando jugaban a saltar en largo. Con el tiempo, ella se convirtió en atleta profesional y él ganó cuatro medallas de oro consecutivas en esa prueba.

      En 1968 vio los Juegos Olímpicos de México por televisión y quedó deslumbrado por el salto de 8,90 metros de Bob Beamon. Al día siguiente sus padres lo encontraron midiendo una limusina junto a un amigo: Carl quería saber la medida exacta de aquel salto. Aunque, más que Beamon, su ídolo era Jesee Owens, leyenda de los Juegos de Berlín 1936 y amigo de su padre. Carl empezó a entrenarse a fondo y a ganar. Hasta que, a los doce años, se lastimó una rodilla jugando con amigos y estuvo a punto de sufrir el corte de un tendón de la rodilla. Los médicos le dijeron que jamás saltaría como antes.

      Desde entonces no paró de ganar. En 1979 ya representaba a su país en los Juegos Panamericanos de Puerto Rico. Un año después podría haber ganado sus primeras medallas olímpicas, pero adhirió al boicot a los Juegos de Moscú. En 1981 se radicó en Houston, Texas, para estudiar telecomunicaciones y comenzó a entrenarse bajo las órdenes de Tellez: un salto importante en su carrera. En 1984, en Los Angeles, igualó la hazaña con la que Jesee Owens había humillado al racismo de Adolf Hitler: fue campeón en 100 y 200 metros, salto en largo y posta 4x100. En Seúl 1988 ganaría el oro en 100 metros (fue el primer deportista que ganó esta prueba dos veces seguidas) y salto en largo; en Barcelona 92, en posta 4x100 y salto en largo; en Atlanta 96, en salto en largo.

      A lo largo de su carrera, Lewis (1,88 m de altura, 79 kilos) no cumplió con el estereotipo del deportista negro que se redime de la miseria a través del deporte. Su historia, por lo tanto, no fue de las más apetecibles para el periodismo. Igual, si las polémicas no nacen, se hacen: Lewis fue acusado de pedante, de individualista, de consumidor de anabólicos y de homosexual, como si la homosexualidad fuera un delito o algo vergonzante. "¿Qué se supone que tendría que hacer? ¿Insultar o pegarle a alguien? ¿Por qué? No tengo nada que probar, no voy a perder más tiempo en esto", dijo él, bajo la lluvia de críticas.

      A los 30 años, luego de algunos bajones en su carrera, brilló en el Mundial de Tokio 91 y batió el récord en los 100 metros. Allí, en salto en largo, logró una marca de 8,91 metros y superó a la que él mismo no podía concebir en su infancia. El año pasado fue elegido el mejor deportista olímpico del siglo por un panel del Comité Olímpico Internacional integrado, entre otros, por su presidente Juan Samaranch. La última carrera de El hijo del viento, hace tres años, fue en la misma pista en la que se había consagrado su ídolo. "Este escenario representa muchísimo para mí, porque acá Jesse Owens dejó su nombre en la historia." Lewis también lo estaba dejando.

      Al retirarse, explicó: "Elegí ser optimista. No tengo recuerdos negativos; no podría tenerlos. Obtuve todo lo que quise e incluso lo que no había soñado obtener". Su único dolor había sido la muerte de Bill, su padre, en 1987. Con él, enterró la primera de las cuatro medallas de oro ganadas en los Juegos de Los Angeles.


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