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      Felizia, donde pone el ojo...

      Cordobés y campeón panamericano, será uno de los representantes argentinos en las pruebas de tiro. Va con modestia, buscando un buen puntaje. Pero igual sueña en grande.

      Redacción Clarín

      Desafiantes, las perdices se divertían cuando Pini —por Pinino, por petisito— era quien les disparaba. Se le mostraban al chiquilín una y otra vez en los campos cordobeses de San Francisco, como sabiendo que era casi una utopía que diera en el blanco, como intuyendo que del arma del pibito nacían sólo balas sin destino. Hoy, eso sí, no serían tan atrevidas. Seguro que no. Es más: se esconderían lo más pronto posible. Es que Pini cambió. No sólo dejó de ser un nene para convertirse en un hombre de 38 años. No sólo varió en forma notable su fisonomía, tanto que pasó de ser el primero en la fila de la primaria para transformarse en un señor de 1,83 de altura, aunque igual de flaco que antes, muy flaco. Con el tiempo también, Pini, Daniel César Felizia, aprendió a no fallar. Cómo será que se convirtió en un experto tirador, por estos días tirador olímpico: representará al tiro argentino en Sydney.

      Licenciado en Administración de Empresas, con trabajo en una compañía de seguros, sin ahogos económicos pasados ni a la vista, el martes volará hacia Australia. Sin sus obsesiones, sin Silvana —su esposa—, sin Martina —6 años— y sin Lorenzo —3—, sus amores. Hasta el momento de la partida, no alterará la rutina. Las clásicas tareas con seguros por la mañana y por la tarde. Y en los ratos libres, entrenamiento. Primero, aprovechando la siesta, de la una hasta las cinco, para afinar la puntería en el polígono de San Francisco, en el club Tiro y Gimnasia, siempre con la compañía fiel de Lola, su perra, que ya debe estar sorda de acompañarlo cada día a las prácticas y de esperarlo sentada, a su lado, sin inmutarse. Después, en el comienzo de la noche, a hacer gimnasia, a correr por la plaza General Paz, a alimentar el físico, un detalle que lo fortalecerá psicológicamente, un ítem crucial para ganar confianza y concentración, para sentirse respaldado.

      Vaya si quedó lejos el instante clave para que se decidiera a tirar en serio, aquella vez en que papá Abalito —apodo de Eduardo Felizia, 72 años, loco de las aventuras, con algunos safaris por el Africa —encima compró sin saber una pistola que era para Tiro Rápido —la especialidad en que competirá Felizia (h) en Sydney— y resolvió regalársela a Pini —tenía 16 años— para que aprendiera de una vez por todas a encontrar el blanco.

      Ante la majestuosidad próxima de los Juegos, cada recuerdo resulta superañejo. La primera participación olímpica, por ejemplo, en Los Angeles, en el 84, con sólo 22 años irresponsables, desconocedores de la magnitud de la competencia, apenas le dejó anécdotas para la experiencia, y también para la sonrisa. ¿Una perla? En los asados de los fines de semana falta algo si no relata paso a paso cómo fue la tarde en que casi termina en la cárcel: "Fui a una armería, compré unas puntas de plomo de balas y las guardé en el bolso con la duda de saber si podría entrarlas a la villa olímpica. Cuando llegamos, pasé por el detector de metales, me revisaron todo y las encontraron. Pero el tipo no sabía qué eran esas cosas de metal. Entonces, me estaba dejando pasar. Y yo, para caerle más simpático, le regalé una. Y pasé. Caminé unos cien metros y me di cuenta de que un montón de policías me corrían. Por supuesto que me agarraron de las pestañas. Creían que era un terrorista y me querían meter preso. Me embarré solo, pero por suerte me entendieron".

      Inquieto, imitador, solidario, meticuloso, amante del mate y del turismo de aventura, tres veces Olimpia de Plata, este ex capitán de softbol en la época del secundario reconoce que volará a Sydney sabiendo que sólo un milagro le permitirá regresar con una medalla: "Busco un buen puntaje. Nada más". Es lógica la respuesta si se considera que hasta hace un poco más de un año creía que atrapar una medalla en los Panamericanos era imposible. Sin embargo, en Winnipeg, el oro no se le escapó. El único ticket olímpico ofrecido en Canadá fue suyo. "Después de lo que viví en Winnipeg, estoy lleno. Todo lo que venga es crema", redondea.

      Parado a 25 metros del blanco, el 20 y el 21 de este mes le disparará a la hazaña. Treinta tiros el primer día y treinta el segundo, divididos en tres sesiones de diez, con un límite de tiempo de ejecución que se irá reduciendo de ocho segundos a seis y luego a cuatro. Será uno de los 20 tiradores. ¿Embolsará un puntaje suficiente como para acceder al selecto Grupo de los Ocho, a la gran final? Muy pero muy difícil. Pero no importa. La abuela Ofelia, con sus 95 años, recolectará todos los recortes periodísticos que involucren a su nieto, más allá del resultado. ¿Alguien duda de que en San Francisco, por Felizia, todos estarán felices, hasta las perdices?


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