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      Mística pura

      Hugo Conte, Javier Weber y Marcos Milinkovic representan tres generaciones diferentes, pero confluyen en un objetivo: disfrutar de los Juegos y reeditar éxitos como el de Seúl 88.

      Redacción Clarín

      No eran tiempos calmos los de los últimos meses de 1982 en la Argentina. El recuerdo de la Guerra de Malvinas todavía erizaba la piel y la dictadura iniciaba de a poco su retirada. Ni siquiera el fútbol, fracaso en el Mundial de España mediante, era capaz de provocar una sonrisa ancha. El voleibol, ese deporte cuyo espacio se reducía a los colegios, los clubes y el pasatiempo playero, se aprestaba a escribir la primera de sus páginas de gloria. Un grupo de pibes talentosos, fanáticos del deporte y sedientos de gloria, dejaban la vida en cada práctica. Hugo Conte, 19 años recién cumplidos, era uno de ellos. "Por entonces jugábamos por el placer de jugar. No teníamos idea de lo que se estaba generando. Yo sólo pensaba en terminar el Mundial y empezar a estudiar educación física". Dieciocho años después, a punto de vivir su cuarta cita olímpica, Conte se erige en el primer eslabón de esta cadena que une tres generaciones de jugadores envueltos en un mismo sueño: representar al país en Sydney.

      Conte, uno de los 25 mejores jugadores de la historia según la Federación Internacional, corría, sacaba, bloqueaba y remataba en el 82, en Rosario o en el Luna Park, a estadio lleno siempre y sin siquiera haberse puesto de novio con Sonia, también voleibolista. "La llegada del micro al estadio de Newell''s para jugar con Túnez, el 2 de octubre. Nos preguntábamos si iría alguien a vernos y nos encontramos con tres cua dras de cola y un clima de locos. No lo podíamos creer", evoca cuando se le pide una imagen de ese Mundial.

      Las historias se entrelazan. Entre los fanáticos del 82 había un pibe con ganas de triunfar. Integrante del equipo de cadetes de voleibol de River y arquero de la octava división. Javier Weber admiraba profundamente a los jugadores de la Selección, sin saber que habría un lugar para él en esta secuencia.

      "Vi todos los partidos de ese Mundial. Me acuerdo clarito de los saques en salto de Castellani, de todas las combinaciones de ataque, de la habilidad de Waldo Kantor en el armado", dice hoy, con 15 años como armador titular de la Selección. Tres años después de aquella hazaña del 82, Weber debutaba en el equipo y pasaba a formar parte de la cadena.

      Con Conte y con Weber en un plantel que desparramaría talento por el mundo, el segundo capítulo de la historia estaba listo para ser escrito. Los Juegos Olímpicos de Seúl tomaban al seleccionado en la cúspide de su rendimiento. Flamantes campeones del Preolímpico de Brasil, los pibes argentinos ya eran figuras consagradas. "Era otra historia. Fuimos a Seúl para conseguir un lugar en el podio, después de tres años muy duros de trabajo. Yo era el mismo que a los 16, pero sabíamos que la oportunidad era única y las presiones eran otras", recuerda Conte. "Yo ya era uno más, había cumplido mi sueño. Me acuerdo del 3-0 a Holanda, una paliza increíble. Y del festejo del plantel cuando le ganamos a Brasil y nos quedamos con el bronce", dice Weber, quien todavía hacía planes para casarse con Virginia.

      Terceros en el Mundial del 82. Bronce en Seúl 88. Dos picos de rendimiento impensados para el voleibol. Dos impactos que, todavía, le pasaban demasiado lejos a un pibe rubio, muy alto, que a los 10 años, en pleno Mundial 82, según su propia confesión se dedicaba "a pelearme con mis hermanas y no sabía lo que quería", y que a los 17, durante los Juegos Olímpicos, "jugaba al básquet y me gustaba el fútbol". Pero aunque no lo supiera, también habría un lugar para Marcos Milinkovic en esta historia de amor por el voleibol y por la Selección. Sumarse al equipo en el Sudamericano de 1990 y convertirse en su figura excluyente fue exactamente lo mismo. Así en los Panamericanos del 95 como en Atlanta 96, en los Sudamericanos, las Copas del Mundo o el último Preolímpico de Portugal, Milinkovic fue el hombre símbolo del vóley argentino.

      A punto de llevarse sus esperanzas a Sydney, Hugo Conte, Javier Weber y Marcos Milinkovic aceptan la propuesta de Clarín y se juntan para la producción fotográfica. Bromean y se divierten, sin tener plena conciencia de que representan tres generaciones y la misma mística. Que a los 37, 34 y 28 años, conservan las mismas ilusiones de antes. Que Sonia, aquella novia de los comienzos, ya es la señora de Conte, la mamá de Facundo, Camila y Manuela. Que Virginia y Javier Weber son los papás de Vanesa y Martín. Y que Mariana e Ivanna, las hermanas de Marcos, ya no se pelean con él como en los 80.


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