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      San Lorenzo pudo frenar el envión ganador de River

      Saviola y Angel marcaron los goles del local y Franco hizo los dos del equipo visitante. River tuvo el control del juego en el primer tiempo y San Lorenzo consiguió equilibrarlo en el complemento.

      Redacción Clarín

      Si las historias se pudieran contar a partir de algunas escenas furtivas, toda la estructura teórica de los conocedores se derrumbaría como una frágil montaña de naipes. Si nada se hubiera mostrado del encuentro entre el puntero River, rico de plantel, derrochador ofensivo, sin Ortega pero con los otros tres fenómenos en acción, en su cancha, y el golpeado San Lorenzo, ganador de Lanús pero todavía herido por la derrota en el clásico con Huracán, poblado por pibes, carente de experiencia, con idea conservadora, y sin la cuota goleadora que le había arrimado el uruguayo Abreu en este torneo Apertura, y de pronto se exhibiera la última acción del partido, ya en descuento, con Romeo frente a Bonano, solo, mano a mano, listo para romper el empate en dos y terminar con el liderazgo de los locales, con su invicto, y con su aureola de arrollador, sería difícil creerla real.

      La evidencia tangible dice que el goleador, habitual verdugo de River, se apuró, no amagó, y el balón chocó contra el cuerpo del arquero. Y que de ese modo se cumplió el destino de los últimos cuatro enfrentamientos entre estos equipos: 2 a 2. Pero la conclusión global y subjetiva agrega, también, que no se hubiera juzgado como descabellada una victoria de San Lorenzo en un partido técnicamente chato, con algunas emociones nacidas en el vaivén del resultado, después que en el segundo tiempo trocara el tibio papel cauteloso del primero por una actitud más decidida, protagónica, de igual a igual. La moraleja se mostró rápido. Como un grito de castigo a la mezquindad le mostró a San Lorenzo los beneficios de pensar con un cachito de audacia y en diez minutos le ofreció dos goles. En el primero el centro de Santana lo pasó a Romeo, rozó en Lombardi y llegó para que Franco, ubicado ya como delantero real, empujara el balón a la red. En el segundo, tras una infracción de Yepes a Franco y una mano casual de éste, el correntino completó el doblete.

      Antes y después los dos habían mostrado sus luces y sus sombras. River no fue el mismo de las últimas fechas. Y la explicación no puede centrarse únicamente en la ausencia de Ariel Ortega. Al cabo, con un equipo muy parecido a éste fue campeón del Clausura. Pero es verdad que la falta del jujeño conspiró contra una insinuación que estaba asomando en el equipo: la del liderazgo de los intérpretes por encima de las obligaciones tácticas. Juego simple, estilo claro, gambetas y paredes permitidas, decisión ofensiva. Contagio. Quizá más psicológico que real.

      Leonel Gancedo no es ningún negado para el manejo, claro. Pero su rol, más atento a las interrupciones que a las proyecciones ofensivas, les restó potencia a los ataques. También influyó, por supuesto, la marca que planeó Oscar Ruggeri para Aimar y que Michelini y Verón cumplieron prolijamente, alternándose en un tiempo y otro. Pareció que Aimar no estaba en su plenitud física, pero la ley del fútbol dice que —marcas al margen— cualquier talento puede tener una tarde gris. Dice, además, que de un talentoso siempre se puede esperar una aparición sorprendente. Saviola apareció en el primer tiempo —tras un saque fallido de Campagnuolo que aprovechó Aimar para habilitarlo— para demostrar su velocidad y su certeza goleadora, de zurda y al palo lejano, y volvió a aparecer en el segundo para capturar una pelota en el medio (quizá con infracción a Paredes), picar largo, levantar la cabeza y servirle el empate a Angel. Y el colombiano confirmó la parte de la ley que dice que el goleador que cumple con su cuota es un goleador en serio.

      San Lorenzo había salido con misión explícita pero de extraña mezcla: buscar la posesión del balón con varios ejecutantes capacitados (Erviti, Romagnoli, Santana, Franco), más la marca sobre Aimar, pero con el visible compromiso de cuidar más las posiciones defensivas cuando se perdía la pelota, que apretar por la recuperación lejos de su arco. Entonces, Romeo quedaba aislado arriba. Un cabezazo de él, que controló Bonano, fue la única llegada de los visitantes en todo el primer tiempo.

      Franco salió a ubicarse como delantero neto en el complemento. Los avatares del fútbol, está dicho, lo premiaron rápido. San Lorenzo dio vuelta el marcador pero no tuvo tiempo para mantenerse. La igualdad de Angel llegó en cinco minutos. Como los visitantes se habían mentalizado para buscar más y habían probado que la defensa de River lo permitía, el tramo final fue de ida y vuelta. River tuvo mejores chances (dos Coudet, una Angel, otra Saviola), pero la escena clave fue el mano a mano de Romeo que casi derrumba la estructura teórica de los conocedores.

      Ahora Boca se puso al lado. La lucha toma otro color. Y en este caso la ley del fútbol no adelanta sentencias.


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