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      Boca, con todo su oficio, llegó arriba

      Con un gol de Palermo y a pesar de la expulsión de Bermúdez (por un codazo), el equipo de Bianchi consiguió un triunfo sin contratiempos. Huracán no tuvo actitud ni ideas para complicarlo.

      Redacción Clarín

      Ni aun así pudo Huracán... Ni aun cuando el envión ganador que traía había elevado el globo hasta límites insospechados. Ni aun cuando Babington estaba convencido de que ayer era "el" momento para bajarlo a Boca. Ni aun cuando Bermúdez —por codearle la cara a Gabrich— dejó a Boca con menos gente el 80% del partido. No hubo caso: Boca siguió siendo Boca y demostró que el oficio de equipo no se compra por mostrador ni a la vuelta de cualquier buen resultado.

      Ese oficio de Boca hizo que hasta ahí llegara Huracán. En un momento de su vida —venía de ganarles a San Lorenzo y a Chacarita— y en un instante de la tarde —de movida se quedó con un jugador más— en que parecía tener todas las de ganar. Pero el que ganó, claro está, fue Boca. Que se quedó con el triunfo a las 5 y pico de la tarde y con el lugar de copiloto en la punta del Apertura pasadas las 7, cuando River no pudo con San Lorenzo.

      Estuvo bien que ganara Boca en Parque Patricios: sus diez jugadores fueron siempre más que los once de Huracán. Los titulares —más Traverso, quien jugó más de un tiempo— supieron invertir bien sus energías. Y sacaron ventaja del plus que dan los buenos apellidos.

      Porque no es lo mismo Palermo (que está siempre ahí y la mete) que Iván Gabrich (estuvo siempre ahí pero, a la hora del mano a mano con Córdoba, terminó en el piso). Porque no es lo mismo Battaglia que Lucho González: los dos son pibes, pero el de Boca tiene una final de Copa encima y juega con la cancha de un veterano. Porque no es lo mismo Riquelme que Chaparro y aquí sí no es necesario entrar en detalles...

      Boca se presentó ayer con lo suyo, lo conocido. Con el traje de los últimos tiempos. Estuvieron los sospechosos de triunfo de siempre. Un arquero seguro como Córdoba. Una defensa aceitada que enseguida les agarró la mano a los movimientos de Soto y de Gabrich. Un mediocampo acaparador de pelotas que capitaneó, como en los viejos tiempos, Chicho Serna. Un creador de los que ya no se fabrican como Riquelme que —aun con la inspiración al 50%— apiló rivales, escondió pelotas bajo la suela e hizo que, de a ratos, el fútbol fuera patrimonio exclusivo de Boca.

      ¿Cómo puso en práctica Boca el oficio acumulado? Vayan unos pocos ejemplos...

      Se supo reponer del zonzo y prematuro abandono de cancha del colombiano Bermúdez (el asistente Rodolfo Otero le avisó a Brazenas del codazo sin pelota) con naturalidad y sacrificio. Mientras en los minutos que sucedieron a la expulsión el equipo no perdió el rumbo, Bianchi no gastó "de gusto" ningún cambio. Lo corrió a Battaglia como marcador central hasta ver cómo se daba el partido y recién lo metió a Traverso cuando vio que el Mellizo Gustavo andaba hecho una furia.

      Cuando Huracán quiso llevárselo por delante, Boca armó una jugada de la nada y Palermo terminó festejando el único gol de la tarde. Fue a los 32 y se juntaron un par de factores antes de que el gigante 9 de oro la empujara: centro de Delgado, cabezazo de Riquelme que se iba afuera y avivada de Gustavo Barros Schelotto, previa dormilona generalizada de Lobos, Morquio y asociados.

      Hubo un gran mérito para saber controlar los intentos de Huracán. Es cierto que no fueron muchos (en el primer tiempo hubo un gol anulado a Morquio por una mano) y que en la etapa final casi ninguno de Huracán se animaba a encarar para adelante. Así y todo, Boca tuvo la casa en orden por la incansable recuperación de Serna y de Battaglia.

      Si bien esta vez no brilló el fútbol, Riquelme, Delgado y Palermo se encargaron de arrimar peligro cada dos por tres hasta el arco de Ríos. El "10" tuvo la pelota el tiempo que quiso y nadie se la pudo sacar. El Chelo corrió lo que nunca y, en tiempos de inferioridad numérica, hasta "trabajó" eficientemente de carrilero por izquierda. Y Martín el Titán terminó "de cama": por el gol, por estar siempre atento arriba y por estar siempre atento abajo para marcar y despejar.

      Babington decía "es ahora o nunca". Ayer, al menos, no fue. La diferencia entre equipos del primer y del tercer mundo quedó más que nunca a la vista. Justo dos fechas antes del superclásico River-Boca.


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