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      Igual son de oro

      Las chicas argentinas cumplieron una actuación histórica, alcanzando la medalla de plata en el hockey. En el partido decisivo, el mejor equipo del mundo fue superior.

      Redacción Clarín
      30/09/2000 00:00

      Fueron un puñado de minutos. Dos, cuatro, seis quizá. Ya no importa. La final olímpica de Sydney acababa de pasar a la historia y Las Leonas estaban ahí, en la cancha, sufriendo la derrota ante Australia por 3 a 1. Las imágenes le apuntaron al corazón. Y golpearon. Karina Masotta y Soledad García, unidas en el pasado, el presente y el futuro del seleccionado, tenían la vista clavada en el piso. Luciana Aymar y Ayelén Stepnik se abrazaban y fundían aún más su profunda amistad. Cecilia Rognoni, definitivamente una de las mejores defensoras del mundo, pasó por su cabeza como en una película este último año dificilísmo para ella y no pudo disimular la bronca. Pero una escena capturó la emoción como esencia fundamental del grupo.

      Allá lejos, en el arco que da al alma del parque olímpico, la enorme Mariela Antoniska lloraba sin consuelo. De rodillas y sola en la más profunda de las soledades. Alguna giró la cabeza y la vio. Y salió corriendo a buscarla y a bancarla. Y atrás fue otra. Y otra. Y otra. Entonces, el equipo argentino de hockey sobre césped se hizo más equipo cuando sus 16 jugadoras formaron un racimo. El público australiano dividió su atención en ese momento. Gritaba por sus Hockeyroos, flamantes bicampeonas olímpicas, pero no podía dejar pasar por alto esa imagen del adversario cargada de simbolismos. Allí, sólo allí, se produjo el quiebre. Y la fiesta pasó a ser argentina porque Las Leonas coparon la escena con sus cantos, con sus bailes, con su simpatía, con su festejo, con sus fotos, con su estilo.

      Hasta que llegó el otro momento, el del podio, el que se ganaron por haber sido el segundo mejor equipo del torneo detrás de Australia. Una a una fue nombrada. Y una a una recibió su medalla de plata. Entonces los pechos se hincharon y estuvieron a punto de reventar por el orgullo inmenso que significa ser subcampeona olímpica. Claro que tuvieron tiempo para pensar. Y pese al vertiginoso paso de flashes por la memoria, recordaron las mañanas frías de entrenamientos en el CeNARD con los ejercicios indicados por Luis Barrionuevo ("El mejor preparador físico del mundo", como lo definió Sergio Vigil, el entrenador), con los masajes y los cuidados del kinesiólogo Sergio Lemos y del doctor Francisco D'Angelo ("Este equipo demostró que se puede llegar a una final olímpica sin complementos", afirmó), con la organización de Claudia Medici como jefa de equipo y con las charlas técnico-tácticas de Vigil y de Gabriel Minadeo.

      Claro que antes de los llantos y del podio hubo un partido de hockey, el más importante que se juega cada cuatro años. Y allí Argentina fue superado por un adversario mejor, que domina el panorama del hockey femenino desde su aparición en el Mundial 94, donde le ganó la final también a la Argentina.

      El juego se planteó de entrada con Australia totalmente volcado sobre el campo argentino. Fueron casi 10 minutos de puro descontrol, donde además de la presión, varias de las chicas argentinas debieron soportar su propio nerviosismo. Recién cuando Alyson Annan, la mejor jugadora del mundo, aprovechó un cóner corto para desnivelar a Argentina a los 9 minutos, el campeón del mundo sacó el pie del acelerador y ambos intercambiaron ataque por ataque. Claro que siempre fue más sólido lo del local, aun en la segunda parte, cuando la Selección levantó su producción porque crecieron sus volantes.

      Allá van Antoniska y Vukojicic, Rognoni y Aicega, Ferrari y Arrondo, Rimoldi y Gambero, Stepnik y Aymar, Masotta y Oneto, Maiztegui y García. Allá van Las Leonas que han hecho historia en el deporte argentino. Y eso importa más que la gloria olímpica.


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