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      Cerquita

      Redacción Clarín
      30/09/2000 00:00

      Queda claro: no hay industria de sueños ni taller de ilusiones que puedan producir en cada día una hazaña. No ocurre en la vida y tampoco en el voleibol, ese deporte que cuando queda en manos de la Selección Argentina siempre tienta la posibilidad de hacer historia. No hubo máquina ni mecanismo que alcanzaran contra Rusia, una potencia, una pared en la semifinal olímpica, y todo concluyó en derrota 3 a 1 (27-25, 32-30, 21-25, 25-11). Sí se sabe que habrá voluntad de hacer funcionar una nueva esperanza esta noche, desde las 22.30, contra Italia, para fabricar algo grandioso: una medalla de bronce.

      Mala suerte. Rusia. De nuevo Rusia, como en las otras dos semifinales culminantes de la historia del voleibol argentino, en el Mundial de 1982 y en los Juegos Olímpicos de 1988. Mala suerte. De nuevo derrota, como pasó en los otros dos partidos. Mala suerte. Y sin reproches. Argentina jugó bien y perdió bien. A veces pasa.

      Tres sets, los primeros, le bastaron a Argentina para convencer a cualquiera de que no estaba entre los cuatro mejores equipos de los Juegos sólo por su capacidad para generar impactos como el que le permitió superar a Brasil. Tres sets que en nada o en casi nada se parecieron al duelo de ambas selecciones en la primera rueda del campeonato, cuando Rusia más que vencer, avasalló. Tres sets que pudieron dejar el resultado en otra condición. Tres sets con Hugo Conte a todo vuelo, suelto y contundente, dueño de toda la escena "como si en vez de los Juegos Olímpicos estuviera en el Etchart", según la definición de Waldo Kantor. Tres sets porque en el cuarto Argentina casi no jugó.

      Gigantes los rusos, fuertes los rusos, al ataque los rusos. Una incomodidad atrás de otra cuando pegaban y cuando bloqueaban. Pero Argentina proyectó su partido para algo más que la frustración. Y, durante un rato largo, construyó cierto equilibrio ante un rival superior. Estuvo cerca en el primer set, a pesar de que pareció tardar en ponerse en marcha. Se le fue porque, como dijo uno en la tribuna, "los rusos siempre tienen un ataque más".

      Y estuvo más cerca, mucho más cerca, en el segundo parcial, cuando hizo todo para empujar a Rusia hacia el error repetido y cuando quedó 24 a 21, a las puertas de un set propio. Todo el oro y toda la plata que hay en medallas en Sydney hubieran cambiado Marcos Milinkovic y Leandro Maly para que entraran los dos remates que se les fueron tanto como se les fue la gran oportunidad. Se acabó 32-30, con los rusos adelante.

      Tanta cercanía terminó dando frutos en un tercer set de nivel alto, que hizo surgir en la cancha algo de lo mejor de la Selección en la experiencia de Sydney. Fue el bloqueo que, atrevido, se hizo muralla para Rusia, nada menos que Rusia, y marcó la diferencia. Hubo más en la cuenta. Clave, siempre pero esta vez más que siempre, fue además Javier Weber, que armó más lejos que cerca, encontrando agujeros que los rusos no pudieran tapar.

      El partido fue eso. Los tres sets parejos que se repartieron dos y uno. Para el último, Argentina encadenó errores profundos con errores elementales y dejó partir su chance de estar en la final.

      Con Rusia en el pasado, llega el desafío último. La medalla de bronce porta un recuerdo, el mejor, para el voleibol de Argentina. Fue en Seúl, hace doce años. Hoy el panorama es distinto y estará enfrente la poderosa Italia, aún dolida porque se quedó sin final y sin título (su gran deuda) tras perder 3 a 0 contra Yugoslavia. ¿Podrá Argentina?, ¿tendrá con qué Argentina? La Selección ya conquistó varias cosas. Pero una sobre todas. Nunca nadie de antemano le puede decir que no.


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