Noticias hoy
    En vivo

      Para el bronce

      Amato se convirtió en la primera argentina con medalla olímpica de bronce en la historia, al finalizar tercera en la general. Así mejoró el octavo lugar que había alcanzado en Atlanta.

      Redacción Clarín

      Serena Amato sigue diciendo "todavía no caigo" mientras alrededor la aplauden y la abrazan. Alguien que venera las estadísticas le apunta que es la primera argentina con medalla olímpica de bronce en la historia, pero ella tiene tanto saludo suelto cerca que no repara en el dato. Sí advierte, aunque "no caiga", que es un tiempo de alegría. Y que toda esa alegría tiene que ver con ella.

      Una breve y decisiva circunstancia contribuye a comprender que Amato repita su "todavía no caigo". Todos los que la están felicitando y muchos, muchísimos otros que, por ejemplo en la Argentina, siguieron por televisión su última regata supieron antes que ella que se estaba asegurando el tercer puesto en la competición de barcos de la clase Europa.

      Hasta que terminó de correr y vio que uno de sus entrenadores, Alejandro Cloos, hacía flamear una Bandera argentina no estuvo segura de que su duro esfuerzo de Sydney terminaba con un lugar en el podio.

      "Yo nunca supe —reconstruye ahora Serena— que la española Neus Garrido, que era quien me perseguía en la clasificación general, había sido descalificada por pasarse en la largada. O sea que toda la regata estuve pensando en cuidar mi tercer puesto mientras todos sabían que ya estaba prácticamente asegurado."

      Amato confiesa que cuando partió de Buenos Aires, un mes y medio antes de los Juegos, iba en busca de un objetivo que ahora superó largamente. "Me había propuesto mejorar el octavo lugar que había logrado en los Juegos de Atlanta, hace cuatro años. Pero en las dos primeras regatas de la competencia vi que quedé sexta y decimoquinta y sentí que podía estar más adelante".

      Miembro de una familia de navegantes, Serena sabía que esa confianza dependía centralmente de lo que ocurriera con el viento, siempre amigo y enemigo a un solo de tiempo de quienes se mueven en una embarcación a vela. "Todas las pruebas que hicimos en el trabajo previo no nos sirvieron de mucho porque el viento primero fue mínimo y después se volvió fuerte. Cuando en el comienzo de la prueba vi que no había mucho viento, que es la condición que yo prefiero, pensé que se me podía dar." Lo que se le podía dar, aclara, era una medalla. Y se le dio.

      Para que eso sucediera tuvo que tomar decisiones: "Si el último día hubiera tenido poco viento, habría dirigido mi estrategia de carrera para buscar el oro, pero como la condición era al revés, todo el tiempo pensé en que no podía perder el bronce. Me costó porque quedé muy cansada, pero fue una estrategia correcta".

      Serena cuenta por enésima vez las historias que el periodismo le hizo hacer públicas en los últimos días: sus inicios en el agua a los seis años, su pasión por los animales, su carrera de veterinaria, el nombre de sus mascotas, la decisión de que su psicólogo, Juan José Grande, la acompañara hasta Sydney. También la singular experiencia de ir a contramano de usos y modas para aumentar doce kilos su peso en procura de correr mejor.

      A los 26 años, Amato no desespera por ciertas carencias argentinas, pese a competir contra rivales que llegan con mayores respaldos: "Quizá si hubiera nacido en otra parte y lo tuviera todo, no habría llegado. Estoy muy contenta donde nací. Adoro a todos mis amigos, adoro a mi país. Me encanta la Argentina y lo único que espero es que pueda remontar como país. Si así se da, espero que se pueda respaldar más a los deportistas".

      A Amato no le espanta lo difícil. Inclusive, ya piensa en cómo armar su recorrido hasta la cita próxima, los Juegos de Atenas, dentro de cuatro años. Para entonces, Serena dejará de pronunciar su "todavía no caigo" y estará enterada de que en la historia del deporte argentino es una mujer de bronce que ya tiene su lugar.


      Tags relacionados