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      Chacarita pegó el golpe y lo dejó en evidencia a River

      El equipo de Chiche Sosa ejerció una permanente presión y controló bien a River. El equipo de Gallego acusó la ausencia de sus figuras y no encontró variantes para cambiar el desarrollo.

      Redacción Clarín

      Los condimentos del fútbol, esos que lo ubican en los planos más altos de las confrontaciones con esencia deportiva, estuvieron del "otro lado" del alambrado. Porque crujieron los gastados tablones, porque los estallidos emocionales adornaron un partido apenas regularcito. Y disfrazaron al espectáculo de la pelota, en un acto tenso, vibrante, caliente y hasta electrizante. Hubo ovaciones para los rechazos, aliento interminable para cada corrida se festejó a garganta abierta cada barrida al piso. Y en medio, el legítimo triunfo de Chacarita. Que ni siquiera dejó alguna duda para la "polémica", además. Un golazo de Moreno, la perseverancia para ajustarse a un sistema, los argumentos decisivos. River acusó sus ausencias más que nunca. Demostrando que una cosa es con Aimar, Saviola y Ortega (jueguen o no en su nivel conocido) y otra son los otros. Simple, contundente. Los que saben, saben y no se reemplazan con "medias cucharas", más allá o más acá de éxitos parciales o totales. Cabe la aclaración.

      El plan de Chacarita tuvo una premisa: perturbarle el paso a River por la mitad de la cancha y apretarlo sin claudicaciones por los costados. Gustavo Zapata, por experiencia, fue el abanderado de esas misiones. Rosada y Rivero, los socios. Se favoreció porque River empezó sin un "enganche" (no lo es Gancedo) definido y pese a que buscó siempre, a puro centro hasta el último segundo, no se vieron nunca lazos armónicos entre los volantes y las puntas, mientras participó Coudet o con el ingreso de Víctor Zapata. Y menos cuando entraron Cuevas y el pibe Alvarez.

      River no encontró su medida. Ni la medida para quebrar a Chacarita. Cardetti y Angel concluyeron absorbidos por la implacable tarea defensiva de Furios, Gamboa, Caballero y Romero, que rebotaron cada uno de los intentos, especialmente aéreos. Y Vivaldo sólo soportó tres impactos de afuera del área (dos de Víctor Zapata y uno de Berizzo) y un cabezazo del propio Berizzo, con gran capacidad. Rendimiento ofensivo magro, por supuesto. Variedad de juego escasa, por otra parte.

      Chacarita descansó en aquella aplicación ordenada antes citada y en algún que otro esbozo de ataques encabezados por Carrario. Pero, con menor insistencia ofensiva lo exigió más a Bonano. Y embocó un gol espectacular de Moreno, que dejó inmóvil al uno visitante, con un zurdazo impresionante que clavó la pelota cerquita del poste y travesaño (derecho).

      Si Chacarita terminó algo apretado fue, precisamente, porque sus cualidades para atacar no sobresalen, claro. Porque River, empujado por la desesperación, se ofreció para que lo liquiden de contraataque, refugiándose en su zona cada vez que Rivero o cualquier otro encaró, en vez de achicar el campo. Todo un despropósito táctico. Pero hubo una excepción, provocada por la mejor jugada hacia un arco que se generó y que merece ser contada: Moreno arrancó con la pelota por el sector izquierdo, levantó su cabeza entrando al área y despachó un pase perfecto para Lobo, el jujeño metió la cabeza y Trotta, cerró y devolvió el balón un par de centímetros antes que cruzara la línea. Fue una ráfaga de calidad absoluta. Donde creación y precisión se unieron totalmente.

      Para Chacarita todo fue ganancia. Como en el viejos tiempos, recuperó su fortaleza de San Martín, ahí donde hocicó más de un empinado. Y River dejó un flanco abierto, que no tiene nada que ver con la derrota en sí; si no están todos los que deben estar, lo pueden complicar y provocarle una amargura. A Chacarita le calzó justo un gol. Tampoco hizo mucho más que para eso. Orden, concentración, oxígeno, la fórmula vencedora de Chiche Sosa, un especialista en atormentar a River. Este River que no supo cubrir a sus ilustres faltantes con un juego parecido. Porque invirtió tantas energías físicas como su rival, pero no descubrió las respuestas técnicas. Esas que suelen darle Aimar y compañía. Lo comprobó de una manera dolorosa; resignando la punta. Es que sin talentos, no hay grandes equipos. ¡Vaya novedad!.


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