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      El alemán le dio el título a la escudería italiana después de 21 años. Al ganar el Gran Premio de Japón, en Suzuka, Schumi consiguió su tercer campeonato y el octavo Gran Premio en 2000.

      Redacción Clarín

      Cruzó la meta ante la ovación de la gente. Logró entrar al parque cerrado, donde lo esperaba su equipo a pleno. Sin embargo, tardó unos instantes —eternos— para sacarse el casco, dejar correr unas lágrimas y recién ahí dar rienda suelta a su alegría, levantando los puños y saludando a todo el equipo, sus rivales y a su esposa Corinna. Michael Schumacher acababa de conseguir el título mundial en la Fórmula Uno al ganar en Suzuka con Ferrari, equipo que no conseguía ese logro desde 1979. Esos 21 años fueron eternos para la escudería italiana, que apostó mucho al talento del alemán para quedarse con lo más alto del podio.

      Segundo, a escasas milésimas de Schumi, llegó el finlandés Mika Hakkinen, quien necesitaba algunas combinaciones para llegar con chances al Gran Premio de Malasia y poder seguir soñando con el tricampeonato. No pudo ser. Schumacher ganó en un duelo intenso desde el arranque, para ponerle punto final a la espera, el suspenso y las especulaciones.

      En Suzuka se decidió, por novena vez, el campeonato de la Fórmula Uno. Al igual que en 1988, cuando ganó el brasileño Ayrton Senna, el ganador aquí se quedó con el título. Lo mismo ocurrió en 1996, 1998 y 1999, aunque Suzuka cerró la temporada en esos años. En el 96 fue Damon Hill el ganador y campeón, mientras que los dos años anteriores Hakkinen se fue con toda la gloria.

      Esta vez fue todo para Schumacher, que consiguió así su octavo triunfo en la temporada y 43° de su carrera. "Fue como en

      Monza. Pero no esperen que llore" dijo, emocionado. "No encuentro las palabras para expresar lo que siento. Las condiciones fueron difíciles y la temporada estuvo marcada por los altibajos. Es magnífico alcanzar una victoria después de una batalla como ésta, hasta la última curva."

      Schumacher se dejó sorprender por Hakkinen en la largada, a pesar de haber intentado cerrarle el camino. Sin embargo, el McLaren-Mercedes nunca le sacó una ventaja mayor de tres segundos, aunque el finlandés parecía sólido al frente y decidido a llevar el suspenso hasta el final, en la última prueba, en Malasia. Pero Ferrari se hizo fuerte en las estrategias de equipo y en los boxes, una química que le permitió ganar algunas carreras impensadas. Cuando Hakkinen se detuvo por segunda vez en boxes, en la vuelta 37, la suerte de la carrera quedó echada. "Cuando vi a Mika volver a la pista, me di cuenta de que las dos o tres vueltas siguientes serían decisivas", declaró Schumacher. "Entonces ataqué. El estaba retrasado y la pista mojada. Cuando me tocó salir de boxes, Ross Brawn (director técnico de Ferrari) me señaló por radio "está bien, está bien". Pero yo me decía que no era suficiente. Entonces él me gritó: ''Está formidable''. Fue el momento más increíble de la carrera."

      El alemán retomó la pista liderando la prueba. A partir de ese momento ya tenía la victoria en sus manos y, por ende, su tercer título mundial. Schumacher superó a Hakkinen por menos de dos segundos.

      ¿El resto...? Todos parecían haber abdicado, reducidos a un papel de meros espectadores privilegiados. David Coulthard, Rubens Barrichello, los compañeros de equipo de los dos primeros, y el joven Jenson Button (Williams-BMW) finalizaron a más de un minuto. Jacques Villeneuve (BAR-Honda), sexto, a una vuelta.

      "Grazie, grazie a tutti i tifosi", alcanzó a balbucear, con una sonrisa. Fue el broche de oro entre el alemán y los tifosi.


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