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      Boca le mostró al mundo que es el mejor de todos

      El equipo de Bianchi fue más sólido y resolvió el duelo al comienzo, con dos goles de Palermo. Luego controló a los españoles, que no supieron cómo vulnerar a Bermúdez y compañía.

      Redacción Clarín

      Era su obra. Por eso Carlos Bianchi se acercó una vez más al borde de la cancha para vivir de cerca los últimos instantes del partido, mientras que a sus espaldas todos los integrantes del banco de suplentes agitaban frenéticamente sus brazos anunciando el final, la gloria, la locura que se venía como un torrente incontrolable.

      Era el Boca de Bianchi que llegaba a la cúspide. Ese Boca modelado a imagen y semejanza, que ganaba como suelen ganar los equipos de Bianchi, con inteligencia, humildad, solidaridad y hasta con una buena dosis de sufrimiento.

      Era la final más deseada y como dijo después el técnico suscribiendo una frase de cabecera de Alfredo Di Stéfano: las finales no hay que jugarlas bien, hay que ganarlas. Y así fue nomás.

      La escalera al éxito. En cinco minutos, tocado por una varita mágica, Boca ganaba 2 a 0. Y ese es un sacudón que siente cualquiera. El que se pone en ventaja y también el que lo sufre. Nada puede ser igual después de semejante ráfaga. Boca sabía que de allí en más su misión era obstaculizarle el camino a su rival y apostar al contraataque, y el Real se dio cuenta rápidamente que estaba pagando muy caro su distracción inicial. Se afirmaron los roles. Boca tuvo que "trabajar" el partido y el Real buscarlo. A esa tarea se dedicaron los 85 minutos restantes.

      La cuota justa. Al goleador se le piden goles. Y Martín Palermo cumplió. Se los cedieron Delgado y Riquelme y esos dos tantos valieron una Copa. Lo demás fue sacrificio para un equipo que lo necesitó provocando el desgaste de los defensores madrileños.

      Una luz en el camino. Marcelo Delgado encontró un candidato para sacarle provecho: Geremi. Se fue a la izquierda, lo buscó, lo encaró y le ganó. Abrió una brecha cada vez que tenía la pelota y Boca tuvo un desahogo en sus andanzas. Pero le dejó libre el lateral a Roberto Carlos, quien durante veinte minutos del primer tiempo hizo temblar al equipo de Bianchi con sus subidas y sus disparos (uno dio en el travesaño; otro terminó en gol tras una falla de Ibarra que no sacó la pelota al córner).

      ¿Con uno solo alcanza? No tuvo socios para compartir la batuta de la conducción o la responsabilidad de manejar y hacer reposar la pelota. Pero a Juan Román Riquelme nadie se la podía sacar en el segundo tiempo. Y con él, Boca tuvo el respaldo de fútbol que necesitaba para no morir ahogado.

      Los que se sintieron incómodos. El Real Madrid se afirmó por los costados y en consecuencia el partido pasó lejos del radar de Chicho Serna. Figo y Mac Manaman cambiaban las puntas pero tampoco encontraban la vuelta. Entre Basualdo y Matellán fueron clausurando la ruta de la izquierda y a los españoles sólo les quedó un camino: buscar por el sector derecho de Boca. También intentaron la puntada fina por el medio, pero Raúl no los ayudó.

      Patrón y algo más. No la pasó bien Boca en el segundo tiempo. Y a la hora de ponerle el pecho a las balas surgió, como siempre, la personalidad de Jorge Bermúdez para rechazar una y otra vez demoliendo cada intento del Real.

      Las figuras no hicieron el equipo. Real Madrid debía jugarse para empatar el partido (pudo haberlo conseguido). Pero no encontraba la fórmula ni con los cambios ni con los cuatro delanteros que puso en la cancha al final para intentar revertir la historia. Al contrario, dio la sensación de que le faltaba esa cuota adicional de recursos, el salto de calidad que tienen los grandes equipos. A tal punto que al no tener variantes se fue desdibujando lentamente y de eso se dio cuenta Boca en el final.

      El equipo fue la figura. Boca fue el polo opuesto. Cada uno cumplió con su rol y si no le alcanzó con el bagaje futbolístico lo suplió con entrega. Ellos sí demostraron que tienen ese plus que distingue a los grandes. Por eso son los legítimos dueños de la Intercontinental.

      Boca mira el mundo desde arriba. El ciclo de Bianchi que comenzó hace dos años y medio una mañana fría allí en Tandil, tuvo su broche de oro una noche gélida y ventosa de Tokio. Pero también los hinchas de Boca miran todo desde la cima, porque esa asombrosa multitud que hizo latir el estadio Nacional como si fuese la mismísima Bombononera también fue partícipe de esta historia. Ellos, con la fuerza y el entusiasmo que contagiaron, mantendrán la nueva Copa, durante largo rato, bañada con las lágrimas de una emoción interminable.


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